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¿Qué papel desempeña el personal  en la bioseguridad de una granja?

¿Qué papel desempeña el personal en la bioseguridad de una granja?

16 de septiembre de 25 - Noticias

En bioseguridad, las personas desempeñan el papel más importante. Su comportamiento, formación y compromiso son el verdadero motor de la prevención. José Casanovas, veterinario y coordinador de bioseguridad en Cincaporc, analiza el papel clave del factor humano y cómo construir una cultura sólida y compartida dentro del entorno productivo.

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José Casanovas, veterinario y coordinador de bioseguridad. Foto: J. Casanovas.

¿Qué papel desempeñan las personas en la bioseguridad diaria de una granja?
La bioseguridad se sustenta, fundamentalmente, sobre tres pilares: la localización de la granja, el diseño y estado de sus instalaciones, y el personal. De estos tres, el factor humano es, sin duda, el más determinante, porque es el más dinámico, el que puede cambiar con mayor facilidad y el que ejerce una mayor influencia en el día a día. La ubicación geográfica de la granja es algo prácticamente inamovible; poco se puede hacer al respecto una vez tomada la decisión. Las instalaciones son más susceptibles de mejoras y adaptaciones, pero no siempre de manera rápida y eficaz. El personal, en cambio, tiene un impacto inmediato y sostenido sobre la gestión del sistema en general y de la bioseguridad en particular. Podríamos compararlo con la seguridad vial. La carretera influye, puede ser más o menos adecuada; el vehículo también importa, pero es el conductor, el piloto, quien, en última instancia, determina los riesgos de que se pueda producir o no un accidente. Del mismo modo, en una granja, el "piloto" del sistema de bioseguridad es el equipo humano.

¿Cuáles son los errores humanos más comunes que pueden comprometer la bioseguridad?
Uno de los errores más comunes es el exceso de confianza. De nuevo, podemos hacer un paralelismo muy ilustrativo con la seguridad vial. Nadie reconoce abiertamente ser un mal conductor. Todos creemos que conducimos bien y, cuando ocurre un accidente, casi siempre pensamos que la culpa es del otro. Con la bioseguridad sucede algo similar. Pensar que somos inmunes o que el problema lo tienen los demás es un grave error. Esa confianza excesiva puede llevarnos a asumir riesgos innecesarios, a relajarnos y a permitirnos ciertas licencias que no deberían existir en un entorno tan sensible. Esto nos lleva directamente a un aspecto clave como es el autocontrol. La bioseguridad no depende únicamente de protocolos escritos o de barreras físicas, sino de la actitud y el compromiso del equipo humano que la gestiona. Si el personal no interioriza su responsabilidad, todo el sistema se debilita. Volverse permisivo es muy peligroso. Otro error frecuente es creer que la bioseguridad es un tema que sólo compete al ganadero o al personal de granja. Y no es así, hay muchos más actores involucrados. Todos tenemos una cuota de responsabilidad. La bioseguridad debe entenderse como un compromiso transversal en toda la pirámide productiva.

¿Cree que la formación continua realmente cambia hábitos en el personal? ¿Cómo debería enfocarse?
Creo firmemente en la formación, y le dedico mucho tiempo porque considero que es fundamental para evitar errores. La principal razon por la que se hace una cosa mal es porque no se sabe hacer bien. Para que sea realmente efectiva, debemos aprovechar todos los medios a nuestro alcance, desde reuniones formativas dentro de la propia granja, pasando por sesiones más estructuradas en aula, hasta herramientas más informales como grupos de WhatsApp, donde se puedan compartir impactos, cosas que nos sorprenden, tanto para bien como para mal, generando información de forma dinámica, accesible y constante. Ahora bien, aunque la formación es importantísima, hay algo que considero todavía más esencial: la educación. La formación es, en realidad, solo una parte de la educación. La educación implica el día a día, la forma en que nos comportamos, cómo transmitimos los valores y cómo gestionamos cada situación en la rutina diaria. Es ahí donde realmente se consolidan los hábitos y se construye una cultura de bioseguridad sólida. No basta con dar una charla o enviar una presentación; hay que acompañar, reforzar, dar ejemplo y hacer seguimiento constante.

¿Qué importancia tiene el diseño de las instalaciones para facilitar el buen comportamiento del personal?
Las instalaciones son fundamentales. Un buen diseño facilita enormemente el cumplimiento de las normas de bioseguridad. Por ejemplo, tú puedes marcar un límite simplemente pintando una línea en el suelo, pero si en lugar de una línea hay un vallado físico, el cumplimiento es mucho más intuitivo y natural, y se refuerza con la obligatoriedad. Un caso claro lo vemos en las granjas con sistemas de aire filtrado, que suelen tener un alto nivel sanitario. En estos entornos se habla a menudo del llamado “efecto búnker”. Es decir, cuando alguien entra en una granja de este tipo, percibe de inmediato que está accediendo a un lugar aislado, confinado, perfectamente controlado, donde el límite entre la zona limpia y la zona sucia está definido con precisión en todos los puntos, sin ningún tipo de dudas. Eso influye directamente en el comportamiento del equipo y los visitantes. Este tipo de instalaciones no solo mejoran la bioseguridad técnica, sino que refuerzan ese componente educativo del que hablábamos antes. Facilitan que el personal interiorice las normas y actúe con mayor responsabilidad.

¿Cómo se puede motivar al equipo para que cumpla siempre con los protocolos?
La primera clave es que los protocolos sean sencillos y que se puedan cumplir. Si las medidas son complicadas o difíciles de llevar a cabo en el día a día, resulta más complejo que se cumplan de forma constante. A veces, en el intento de mejorar la bioseguridad, se proponen cambios que resultan poco prácticos en el contexto real de trabajo. Por eso, lo primero es que los protocolos sean claros, simples y adaptados a la operativa de la granja. Después, entra en juego un segundo factor muy importante: la información. Es fundamental que el equipo no solo conozca lo que ocurre dentro de la granja, sino también lo que sucede fuera, en otras granjas, en el entorno sanitario, en el sector. Cuando el personal tiene una visión más amplia del riesgo, toma más conciencia y se implica más. En este sentido, es muy útil mostrar ejemplos gráficos o visuales de situaciones reales en otros lugares, como, por ejemplo, en las campañas de sensibilización de la DGT. Eso genera un impacto mucho más fuerte que una explicación teórica, y ayuda a reforzar la motivación y el compromiso con las medidas.

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José impartiendo una formación sobre bioseguridad. Foto: José Casanovas.

¿Cómo sabe si una persona realmente ha entendido y aplica bien las medidas de bioseguridad?
No lo sé. Es más, estoy convencido que hay parte del personal que no lo entiende. Pero lo verdaderamente importante es que esa persona esté integrada en un entorno donde el resto del equipo sí haya entendido y aplique correctamente las medidas. El contexto influye muchísimo en el comportamiento individual. Podemos compararlo con lo que ocurre durante un vuelo. Cuando la tripulación explica las normas de seguridad, es probable que haya personas que no presten atención o incluso que no las entiendan del todo. Pero mientras la mayoría sí las comprenda y actúe correctamente en caso de necesidad, el sistema funciona. Con la bioseguridad pasa algo similar. Lo ideal sería que todos comprendieran en profundidad cada protocolo, pero lo crucial es que el entorno esté bien formado y que exista una cultura de cumplimiento.

En momentos de crisis sanitaria, ¿cuál es el factor humano más determinante?
Lo más importante es estar bien organizados y contar con protocolos claros y definidos. No se trata de improvisar ni de reaccionar exageradamente cuando surge un problema sanitario. El gran error es caer en la trampa de “extremar” las medidas de bioseguridad solo cuando aparece una alerta, como un brote de PPA en Alemania o cualquier otra situación de riesgo. Las medidas de bioseguridad deben estar siempre activas y aplicarse al máximo de nuestras posibilidades, en todo momento, no solo cuando hay sensación de un riesgo grave. No hay medidas especiales para momentos de crisis. Hay protocolos, hay recursos y hay que aplicarlos de forma rigurosa y constante, día tras día. Vuelvo a utilizar un ejemplo de seguridad vial. Sería como si decidimos desconectar el airbag del coche y solo activarlo el día que hay niebla. No tiene sentido. Las herramientas de protección deben estar operativas siempre, no ocasionalmente.

¿Cómo se crea una cultura de bioseguridad sólida en la granja?
Es muy difícil. Para mí, la clave está en entender que va más allá de la formación técnica y que se trata de educar. Esto implica trabajar el día a día, transmitir valores, actitudes y compromiso. No basta con enseñar un protocolo, hay que dar ejemplo, intentando cultivar una forma de pensar y actuar que esté alineada con la bioseguridad en cada decisión. Es fundamental que todo el mundo se sienta partícipe. No puede ser algo impuesto desde arriba. Cada persona del equipo debe tener la posibilidad, y también la responsabilidad, de involucrarse, de aportar, de corregir y de ser corregido. Debemos monitorizarnos entre todos, de forma constructiva, como un equipo que comparte un objetivo común. Solo así, con trabajo diario, con coherencia y con implicación colectiva, se puede llegar a construir una verdadera cultura de bioseguridad. No es fácil, pero es la única vía para que las medidas funcionen de forma sostenida en el tiempo.

¿Qué consejo daría a los nuevos profesionales que se incorporan al sector porcino?
El mismo que dan muchos entrenadores de fútbol a sus jugadores antes de un partido importante: “Salid y disfrutad”. El sector porcino es un sector clave, apasionante y lleno de oportunidades. Somos el tercer productor mundial, y eso no es casualidad. Detrás hay mucho conocimiento, innovación y esfuerzo colectivo. Ahora mismo hay muchísimo por hacer. La sanidad es más compleja, pero también contamos con más medios, más tecnología y mejores herramientas que nunca. La partida ha cambiado, pero no necesariamente para peor. Los retos son distintos, pero también lo es la preparación de los nuevos profesionales, que llegan con formación, con visión y con ganas de transformar el sector. Por eso, a los que se incorporan, les diría que se impliquen, que aprendan cada día, pero, sobre todo, que disfruten del camino. Por último, es fundamental que todo el conocimiento que generemos en materia de bioseguridad sea compartido de manera abierta con todo el sector, porque, llegado el caso de una crisis sanitaria, las consecuencias no afectarán únicamente a una granja o empresa en particular, sino que impactarán a toda la cadena productiva. Por eso, debemos fomentar una cultura de colaboración y transparencia. La bioseguridad no es responsabilidad exclusiva de una sola parte, es un compromiso colectivo que involucra a todos los eslabones del sistema: productores, transportistas, veterinarios, gerentes, personal administrativo, autoridades sanitarias, consumidores, turistas, etc. Solo trabajando juntos podremos construir un sector más resiliente y preparado ante los desafíos sanitarios.

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